Divagar es lo de menos
Cuanto tiempo pasó desde aquel minúsculo día, que se pasó como cualquier otro día. Su sensación era la de un vacío irreparable, que a causa de la desesperación que le causaba pensar que eso no se repetiría jamás de la misma forma a como lo había vivido. Por eso se sentó en la vereda y quedó colgado del cielo, como si una estrella le hubiese tirado una soga, o algo así; no sabía que le pasaba, o de por momentos lo recordaba, pero esa noche era confusa, su cabeza no estaba centrada. Luego tomó una piedrita, la alzó entre sus dedos, y con un movimiento suave la elevó hasta el cielo mismo, otra vez se tildó, hasta que (por supuesto) la piedra cayo sobre su cara atontada, dejándolo un poco más bobo de lo que estaba. Sin embargo, no sintió nada, solo cambió de rumbo su mirada y empezó a ver el pasó de la gente, frenética, a pesar de que era de noche, y la zona no era muy transitada. Él sabía que el miedo gobernaba los pasos de aquellos minúsculos seres que se creen dueños del mundo entero. ¡