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Mostrando entradas de enero, 2010

Blanca noche

Una noche como todas y dos almas que se encuentran y desencuentran, la miseria y el dolor se juntan en una sola sensación: deseo. Nadie sabía lo que podía suceder una vez que las luces se apaguen, por eso todos estaban expectantes de cualquier acontecimiento en la cercanía. Minuto a minuto la tensión, la impaciencia, la impostura crecía, solo querían verlos allí. Divagaban por sus humos, cantaban al unisono, insultaban, saltaban, festejaban, agitaban; en fin, se divertían. Cada minuto era más largo que el anterior, tal era la ansiedad que solo podían gritar para apaciguarla. La máxima expresión de la solidaridad, compañerismo, ayuda se acercaba dando un golpecito previo, como para no tener que esperar tanto. Cantando sobre la vida, la insurrección, el dolor y la bronca del pueblo. Pequeños pero gigantes ahí arriba donde todos se sienten más chicos, a veces. Nada los detenía, pero su emoción era gigante, su posibilidad de estar ahí no la pagaban con nada. Los aplausos los hacían crecer

Es así

Bruto e inexpresivo, quiso hacerle saber que la quería, solo eso, pero no encontraba aquellas palabras que encajaran justo para describir lo que sentía. Su afán era más fuerte que su falta de letras, él lo quería lograr y no había que lo pudiera parar. Horas y horas pensando en que palabras plasmar sobre aquel lienzo blanco, tan blanco que golpeaba a sus ojos, verdes que con el brillo parecían dos perlas. Sus fallidos intentos comenzaban a corromperlo, ya no lo toleraba. Intentaba, pedía ayuda, se entregaba a ciertas sustancias para ver si podía lograrlo, pero nada, no había resultado alguno. Era como si su mano estuviese inmóvil, o las palabras no quisiesen expresarse y ayudarlo. Todo era en vano. Su mente seguía buscando encontrar algo, una imagen, una letra, un sonido, pero lo único que conseguía era desaliento. Pero fue ahí donde encontró la respuesta a todas sus preguntas. No cabía en su mente al principio, pero luego se dio cuenta que ese era el único camino que conducía a Roma.

Amanecer

El día estaba tibio, la luna en su cuarto creciente alumbraba aquella hermosa noche. Caminaron sin cesar hasta alcanzar un buen sitio donde contemplar uno de los eventos más hermosos, cuando cansancio y despertar se juntan. Nadie estaba lo suficientemente sano como para contemplar ese momento en plenitud, pero se tenían fe, confiaban en si mismos, creían poder lograrlo. Algo anunciaba su llegada, un candor especial en el horizonte, la ansiedad aumentaba. Aquel pequeño brillo los ponía alegres, como si fuese la cosecha de una larga noche de siembra. Nada podría arruinar aquel momento, para ellos. Nada estaba mal, eso parecía. Alguien, alejado de aquel pequeño grupo, decidió sentarse sobre unas rocas más frescas para contemplar aquél momento tan... ¿bello?. De por momentos se sentía una brisa fresca sobre su piel, los vellos se le erizaban. Pero algo pasaba por allí, no era aire fresco, era una sensación, a olvido, abandono, una desolación profunda en la que se le sumergía el alma. Un al