Escribe

Toma una hoja, levanta el lápiz, mantiene la goma cerca por eventualidades. Acerca la vista a la hoja, nota algo raro, definitivamente no se equivoca, la hoja está todavía en blanco, por momentos no lo cree. Decide tomar otro lápiz, para repetir el accionar previo, el de escribir, pero se da cuenta de que este lápiz no tiene mina, desapareció mágicamente piensa él, porque ese lápiz estuvo siempre en el mismo lugar, en la misma posición sin que nadie lo tocara. Espera un instante, para analizar la situación, decide buscar otro lápiz, este si tiene mina, pero vaya uno a saber por qué no escribe, como el primero de todos, pero este ni siquiera deja una marca sobre la hoja, como hacen las lapiceras sin tinta, tal como lo hizo el primer lápiz. Comienza a desesperar, su único medio de descarga, su gran afición de años, se ve imposibilitado de realizarlo, vaya uno a saber por qué, o quizá... por quién. Su mente estalla de ideas, su inspiración es abismal, pero su capacidad de expresión está limitada, quiere gritar, pero no puede, vuelve a tomar los lápices, ahora los tres a la vez, comienza a hacer las formas de las letras, pero ve algo extraordinario, algo inimaginable, casi indescriptible. Los lápices son los que le dan el movimiento, las letras no quedan en el papel, pero él las ve, las siente, las huele, hasta las puede tocar. Siente que esta delirando, pero no, se da cuenta que es algo que podría ser una señal, un aviso... ¿una advertencia? No lo creo, un mensaje, tal vez. Su corazón lo mueve, como los lápices a su mano, y lee algo... algo que lo dejará inmóvil.
Pasan las horas, su mano sigue danzando al compás que le marca la música de los lápices, su movimiento denota miles de versos y cosas que llenan su corazón y su ser. Pero ahora encuentra un problema, se da cuenta de que no puede soltar más a los lápices, que estos, no escribían por si solos, porque ya no tenían la energía que él les daba antes, y que juntos solo podían compensarlo, y no solo la compensaron, sino que también se apoderaron de quien les daba energía, y no quieren dejarlo ir. Y ahora... una lucha sin fin, escribir por siempre, o perder toda su inspiración y su capacidad escritora, la contracción lo llena. Esa lucha interna lo vuelve loco, pero no suelta los lápices, o ellos no lo sueltan a él. Su almohada, fiel compañera de razonamientos y divagues, parece ser la única capaz de quitarlo de este embrollo, de su confusión. Deja por un rato la hoja de lado, pero conserva en su mano derecha los lápices aferrados como desde un principio. De pronto, una decisión, quizás la esperada por todos, o no, la más común, no lo creo. Vivir en paz, sin que un lápiz lo domine pareciese ser la más correcta de las decisiones, pero él no lo creyó así. Su amor fue es y será escribir, y por eso no deja de hacerlo.
Ya tomada una decisión se va a acostar, sabe que ya no hay vuelta atrás, y se encuentra con un nuevo fantasma, el insomnio. Quiere dormir pero no puede, decide levantarse, se sienta en la mesa, y comienza a escribir, pero ve que no hay nada en la hoja, mira su mano y los lápices no estaban. Mira a su alrededor, vuelve a ver su mano y tiene un lápiz solo, se sorprende. Vuelve a observar la hoja que estaba en blanco y lee: "Tu... solo... escribe".

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