Viaje del reo de la muerte

Atravesé la última puerta que separaba mi encierro de mi libertad, esa que al calor de los veranos y al frío de los inviernos los encierra de forma imprudente en aquel sucucho asesino e imprudente. Yo no creía que nada fuese a pasar, por lo menos algo peor a lo que había tenido que soportar en aquel horrible agujero donde la mentira reina día a día, tirana, la soberana de la realidad de mi vida, nuestras vidas. Me dispuse a caminar en línea recta unos pasos sin mirar atrás, para no tener que volver a ver aquellas paredes de hormigón, con un color entre gris y amarillo, demacradas por el tiempo, que desde luego no curo nada... mis heridas seguían allí, sangrantes, como si las costuras se hubiesen roto y la carne viva se comieran a todo lo que había delante de ellas, dejando un buraco mayor en mi piel, marcada de por vida. Salir del agujero me daba escalofríos pero sabía que nada mejor podría pasar allí dentro, más que desaparecer de aquel lugar. No me dejaba de dar vueltas en la cabeza la idea de volver, y vengar mi pasado, pero... ¿contra quién? Si mi verdad estaba afuera, a pesar de que mi vida la pasé allí dentro. La vendetta no sería la solución a los problemas, pero sería el alivio a mi sed intrínseca, esa con la que nadie compartí jamás. Aliviaría también mi dolor, mi angustia, la que el tirano armado me imprimió en la piel, esa que hoy sigo viendo sangrar como una gotera, similar a las de mi antiguo hogar (que no se diferencia en mucho de aquel calabozo). Quince años, ciento ochenta meses, setecientos ochenta y dos semanas, cinco mil cuatrocientos setenta y ocho días, ciento treinta y un mil cuatrocientos setenta y dos horas pasé allí encerrado, casi sin ver el sol, ya que yo no soy quien dicen que soy.
Me han llamado de muchas formas, desde asesino, caco, chorro, negro, hijo de p*t*, etc. etc. Será que lo merezco por lo que he hecho, aunque no recuerdo hecho más que salir a buscar mi alimento, ya que en mi antiguo sucucho estaba privado de este, no porque mi familia me lo negase, sino porque mi familia lo tenía negado. Aparente es así, el futuro que la sociedad quiere para gente como yo. Nada quiero sino, alejarme ya del hormigón con sienes insalubres, que amordazan hasta al más inocente en un cuadrado del que vaya a saber uno cuando saldrá. Sin embargo miles de tiranos siguen en sus casas, descansando y haciendo sus quehaceres a diestra y siniestra, sin que nadies los juzgue, ni siquiera esta sociedad hipócrita, que nada ve más allá del cubo de la idiotez (ahora en versiones hasta más planas, no tan cubicas), regalo de la modernidad, y que hace la vista gorda cuando se siente amenazada por el de arriba y encierra cuando el que asoma es de abajo. Esa sociedad que tiene por enemigo al que está más abajo y le besa la mano a un soberano que todo sacrifica por su propio bien, obvio que no se sacrificaría a si mismo.
A todo esto, y luego de tanto hablar conmigo a solas, (por suerte, para adentro sin necesidad de que nadie tenga que escucharme) comienzo a dar pasos más apresurados. Aquella calle, pequeña para su condición de "doble mano", albergó mis pasos camino a dónde sabe uno iba yo a parar. Por lo pronto quería alejarme de esa estructura, monumento al encierro al aislamiento social, necesario para mantener limpia a la sociedad, sin manchas de color. Estúpido de mí cuando dije que no tenía de quién vengarme, ah sí, eso sí, no se salvará ni por un pelo de mi redención, de la tan necesitada sed de venganza que poseo contra la tiranía de un "pueblo" ciego de la boca, sordo de sus ojos y mudo de sus oídos, pueblo mal llamado porque son los que se dieron en gracia al tirano, dejando a muchos otros que son los que son mudos en esta realidad, sin embargo siguen siendo violados a través de sus ojos, sus orejas y sus estómagos. Ah sí, también destriparé a mi "víctima", alguién a quién he odiado desde hace tiempo, será el día exacto para la venganza.
Me he logrado acercar a ella, si esa dama sufrirá mi venganza, por tanto sufrimiento que me ha implantado, porque por grande que sea un delito, aquella pena es mayor. La tengo entre mis brazos, mi arma letal en mi mano derecha y... desperté.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Estupefacientes

La risa del peón

Botija de ciudad