Delirio atemporal

Son las 18:10 hs. En una tarde gris escribo líneas negras, con un teclado negro, en un computador gris y negro. Las líneas divagan por el monitor que se posa en el tercer o cuarto estrato del escritorio. A su luz una pequeña, insípida y blanca camarita que pareciera que vigilara algo a mi izquierda.
Me giro y veo que lo que la cámara vigila es la estantería con libros, podría llamarse “biblioteca” pero no lo es, es quizás un amontonamiento de papeles y libros. Son las 18:11 hs. Reviso la estantería llena de libros, libros de colores, y libros opacos, oscuros, envejecidos por el paso de los años, esos años que amarillentan hojas de libros y vuelan las de los árboles.
Son las 18:12 hs. El tiempo comieza a volverse frenético. No me deja pensar, menos escribir, no pienso anotar cada minuto, pero… veo algo ante mí… es una humilde carpeta o humilde cuaderno, no se algo de eso es. Vuelvo a girarme, hay unos lentes estrambóticos en uno de los estantes, sobre unos discos de Rock Nacional. 18:14 hs.
Me detuve…
Abro ventanas, pero lamentablemente no son ventanas de verdad, no entra aire sino que la pantalla irradia luces de todos los colores para venderme algo nuevo.
Miro de nuevo los libros y los discos: allí están, tan presentes como siempre: Los Redondos y George Orwell, Mario Puzo y Luis A Spinetta…  Sumo y Homero, Fedor Dostoievski y Divididos. Todos allí, viéndome crecer, quienes me alimentaron. 18:18 hs (dicen los refranes de los crédulos que alguien habría de estar pensando en mí en este momento, no lo creo)
Fantaseo algo nuevo, decido dejar todo esto acá. Me perdí…
18:19 hs y contando… … … … ...

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