Y lo que hiciste, de lo que fue, desapareció...

La tensión aumenta minuto a minuto... La gente se sienta en el piso, que su frescura ayuda a bajar los nervios. Conocidos y desconocidos son objeto de charla, del tema que sea: la inflación, la devaluación, la seguridad, la vida misma, la familia, los viajes. Seguramente ninguno de los interlocutores tenga otro objetivo que lograr que el tiempo pase lo más rápido posible.
Aún me mantengo en pie. La música me aísla un poco, pero me ayuda a no enloquecer. Los "clinc" y los números se suceden unos a otros, y así sucesivamente. Las letras que los anteceden no se acercan a la que yo necesito. Uno a uno los "clientes" y "no-clientes" se suceden. El ruido de las máquinas y los hombres contando plata que no les pertenece, los sellos golpeando las hojas y los mostradores, los "clinc" y las 
charlas, las paredes, ventanas, ventanillas antihumanas y los paneles cegadores, que dividen al pagador y del que espera por pagar, todo completa el paisaje.
El tiempo pasa a cuentagotas, sólo las melodías pasan por mi cabeza... trato de no mirar la pantalla, expectante a que mi turno llegue mágicamente. Mi cabeza no da más, mis piernas quieren descansar (no sé de qué porque me levanté hace pocas horas -producto de lo cual vivo lo que escribo-).
La gente se va retirando poco a poco, las puertas cerraron hace 7 minutos, cada vez somos menos, pero aparentemente soy uno de los últimos. El tiempo, tan preciado por el hombre que lo comparan con el vil metal dorado, parece estancado... Soy un hombre eléctrico, no soy nadie... eso suena en mi cabeza, melodía de los 70/80's. El delirio me quiere vencer pero no me dejo doblar.
Seguramente termine esto tranquilo en mi casa porque ahora toca esperar lo ¿efímero? de la triste espera, donde veo escabullirse mi trabajo por debajo de un cristal que separa al que paga del que cobra, que ni siquiera se queda con la pasta. ¿Ironía? No, solamente la realidad, absurda por cierto. Está en nosotros cambiarla...
Definitivamente si, era el último en aquel salón, papeles tirados y los "clinc" se sucedían hasta que grite "soy el último". Aquella dama me incitó a celebrar porque había llegado la hora de terminar con su gris jornal. Sólo cerrar la caja, y adiós, hasta mañana.
Allí fue que mi libertad (?) se había consumado. Ya podía volver a casa a hacer lo mío, y aunque el cansancio no me dejó terminar esto hasta hoy, unas semanas más adelante, el día tomó otro color.

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